Fútbol

Un cuento de príncipe

Nicolás Domínguez es el motor del Vélez modelado por Gabriel Heinze, que volvió a los planos importantes en la Argentina y planea conquistar el continente. Con la elegancia en su juego, su rol de infaltable y el sacrificio en pos del equipo, ha sido uno de los mejores. Paladar exquisito.

La fisonomía del príncipe, de ojos color de cielo y un corazón sagrado para la batalla.
Por Carlos Martino

Encontrar en los tiempos que corren un jugador con sus cualidades, es sin dudas, embarcarse en una de las tareas más arduas que puedan existir. Esa mixtura de overol con frac resulta atractiva desde la idea y deliciosa en su concepción.

Domínguez es alguien como salido de un cuento, que encarna al príncipe que sale al rescate de su princesa, la pelota.

Nicolás Domínguez es uno de los tantos jugadores forjados en la fértil cantera que llegó a la Primera División en tiempos duros y mezquinos, con el promedio en clara señal de alerta. pero a la vez, fue uno de los pocos que aguantó el fuego cruzado, el balón en llamas bajo su suela y la presión agobiando sus espaldas.

Así fue que desde su debut (el 9 de marzo de 2017 en el triunfo ante Estudiantes de La Plata en Liniers) hasta la fecha, solo estuvo ausente (quinta amarilla) en una convocatoria del entrenador de turno y fue en la vuelta ante Lanús, por los octavos de la novedosa Copa de la Superliga. Premio a la puntualidad, pero mucho más al compromiso y al crecer en base a potenciar sus condiciones.

Es uno de esos volantes que además de pelarse el lomo en la mitad de la cancha para recuperar la redonda, también tiene la obligación de pisar el área. Lugar que cuando lo habita, queda con la impresión de su huella en gritos de gol, ya sea con el pie o con la cabeza.

Es uno de esos jugadores que por momentos pueden pasar desapercibidos, no tocar la pelota, ni siquiera entrar en juego; pero que rompen el GPS que carga debajo de la nuca, con esas pasadas constantes o intermitentes para ocupar espacios, para ganar terreno y para ser siempre solidario.

Es uno de esos futbolistas que no se esconden ante el roce, que callados (como lo es en el trato diario) pasan desapercibidos pero nunca sacan la pierna. Se raspan, se ensucian; pero su forma elegante de parar el balón, levantar la frente y dar siempre el pase correcto lo hacen ver pulcro, impuluto. La fisonomía del príncipe, de ojos color de cielo y un corazón sagrado para la batalla.

En la reciente Superliga, el rendimiento de Nicolás fue supremo. La condición de indispensable lo llevó a ser uno de los 11 jugadores de la Argentina (sobre casi 800) que registra asistencia perfecta en el torneo, siendo titular en las 25 jornadas (reemplazado solo en cinco). En defensa, contabilizó 37 despejes, 2 bloqueos y 48 intercepciones. Cometió 46 faltas, le cometieron 47; y vio tan solo 4 tarjetas amarillas. Tuvo un 56,2% de éxito en quites; un 53,2% en duelos mano a mano; y un 48,6% en duelos aéreos. Datos de su regularidad. 

Pero uno de los fuertes de Domínguez cuando se pone la camiseta de Vélez es darle casi siempre, la pelota redonda a sus compañeros. Intentó en la Superliga 1370 pases, de los cuales concretó positivamente 1141; un 83,3% de efectividad. Un disparate. Más aún, el volante promedia 56 pases por partido; y su mayor eficacia la encuentra dando pases hacia el frente, con un 31,2% (77,2% en campo rival y 90,4% en campo propio). En la faz ofensiva, también hace su aporte. Marcó 3 tantos de 11 remates a puerta. Datos que justifican su presencia absoluta.

Con Vélez clasificado a la Sudamericana 2020, su principado planea extenderse al continente. Allí seguramente tomará aún más valor su protagonismo en un equipo que volvió a ser, en gran parte, gracias a estos pibes que han sufrido y fueron forjados en el Club. Ellos aprendieron a nadar en el fango. Sin embargo, el Príncipe Domínguez con su cabellera decolorada y los ojos azules como un faro, recupera el balón, lo pone bajo su botín y hace que todo vuelva a empezar.