Junta Histórica

¡Feliz Cumpleaños, Chila!

José Luis Chilavert nació en Luque, Paraguay, un 27 de julio de 1965. Los elogios a su extraordinaria trayectoria desbordan las páginas de la bibliografía del Fútbol Mundial. Un gigante. Un estandarte de la génesis de la gloria deportiva velezana.

Niño prodigio del arco, el paraguayo José Luis Chilavert debutó en la Primera División del Sportivo Luqueño, de su ciudad natal, con apenas 15 años. En 1980 ya demostraba en el fútbol grande que era un guardavalla fuera de lo común. Subcampeón en 1983, pasó a jugar en Guaraní de Asunción, Club en el que obtuvo el título en 1984 y que le sirvió de trampolín para pegar el salto a la Argentina.

San Lorenzo de Almagro fue su destino, donde se reveló como un jugador de fuerte personalidad, sobrio, seguro y siempre bien ubicado, características que lo acompañaron durante toda su carrera.

En 1988 tuvo su primera experiencia europea. El Real Zaragoza español adquirió su pase y lo disfrutó durante tres años, al tiempo que se producía su presentación en la selección nacional de su país, en la que el 27 de agosto de 1989 convirtió su primer gol oficial, de penal a Colombia, en las eliminatorias para el Mundial de 1990.

Hacia fines de 1991 comenzó a gestarse el hecho que cambiaría su vida y, seguramente, la de Vélez Sarsfield. Charlas informales se transformaron en interés concreto para que el “Paragua” llegara a Liniers, lo que sucedió a principios de 1992. El 23 de febrero, en el triunfo por 1 a 0 sobre Boca, debutó Chilavert y, junto a él, Eduardo Luján Manera como director técnico, Roberto Trotta en la zaga central y la bandera Fortinental en la tribuna. Comenzaba a gestarse la etapa más gloriosa en la historia del Club y en la vida deportiva de uno de los más grandes, sino el más grande arquero que haya defendido sus colores.

Un gran Clausura, que terminó en subcampeonato, y un flojo Apertura en el que, en algunos partidos, fue resistido por parte de la hinchada, antecedieron al ciclo que se inició en 1993 con el arribo de Carlos Bianchi a la dirección técnica, en el que Vélez y Chila ganaron todo: Clausura de ese año, Libertadores e Intercontinental 1994, Apertura 1995, Interamericana, Clausura y Supercopa 1996, Recopa 1997 y Clausura 1998.

El coloso guaraní permaneció en Liniers hasta el año 2000, y fueron tantas sus hazañas que podrían transcurrir horas y horas recordándolas. Algunas de ellas, solo algunas: el gol en el frío helado de La Plata ante Estudiantes, el primero que anotó para el Fortín y que significó el campeonato tan anhelado después de 25 años de sequía; su protagonismo absoluto en las definiciones por penales que llevaron a la obtención de la Libertadores, ante Defensor, Junior y San Pablo –especialmente la contención a Méndez ante los colombianos cuando parecía que todo se derrumbaba en semifinales-; su primer gol de tiro libre, a Deportivo Español, sobre la hora y bajo un diluvio; la inolvidable actuación en Japón –frente al Milan- donde él solo paró el aluvión de los primeros minutos en los que Vélez no conseguía hacer pie antes de, finalmente, imponerse con autoridad; el histórico remate que recorrió más de 60 metros antes de meterse en el arco riverplatense defendido por Burgos; los dos gritos a Navarro Montoya en el impactante 5 a 1 a Boca; el decisivo penal atajado a Burruchaga en la fecha definitoria del Clausura 1996; los 3 goles a Ferro que lo inscribieron en el libro Guiness de los récords.

Elegido mejor arquero de Sudamérica y del Mundo en repetidas ocasiones, fue capaz de hacerle gritar a algunos, muchos, hinchas fortineros un gol que le marcó a la propia Selección Argentina en la cancha de River, los mismos hinchas que vivieron el Mundial de Francia 1998 con el orgullo de verlo brillar a un nivel superlativo en la cita máxima del fútbol.

En 2000 partió al Racing de Estrasburgo, donde ganó la Copa de Francia, en otra definición por penales en la que su aporte fue fundamental. Volvió a Sudamérica para ser campeón con Peñarol de Montevideo en 2003 y finalmente, cuando su incomparable recorrido futbolístico llegaba a su fin, regresó a su casa para retirarse cerca de su gente, la que lo ha querido y lo quiere como a pocos: jugó sus últimos 6 partidos bajo los tres palos velezanos en la Copa Libertadores 2004, el último el 22 de abril, en Venezuela, caída 4 a 2 ante el Unión Maracaibo.

Fueron 347 partidos jugados con 48 tantos convertidos: 270 encuentros por torneos locales, con 36 anotaciones, y 77 en compromisos internacionales -41 por Copa Libertadores, 16 por Supercopa, 15 por Copa Mercosur, 2 por Copa Interamericana, 2 por Recopa Sudamericana y 1 por Copa Intercontinental- con 12 goles.

Pero fue mucho más que eso, fue líder y caudillo de un Club que salió del barrio y se hizo universal, fue el ídolo al que se le exigía lo imposible y lo conseguía, fue ese tipo polémico y frontal, amado por propios y odiado por el resto, que a la hora de su partido homenaje en el José Amalfitani, fue agasajado y reconocido por los máximos exponentes del planeta futbolístico.

“¡Chilavert, Chilavert, Chilavert!”, el grito de guerra aún baja y atrona desde las tribunas cada vez que se asoma desde un palco, o se abraza con la gente que lo adora. Es que el paraguayo está desde hace años en el bronce fortinero, lo demuestra la estatua que engalana el Hall de entrada del Club y lo ratifica cualquier historia de Vélez que se pretenda escribir: en todas ellas estará, eternamente, entre sus máximos héroes.